Opinión | En mi atalaya
Con flores a la Virgen del Patrocinio de Mérida
Y ahí están ellas, apretando la faja, levantando el corazón, compartiendo trabajadera

Virgen del Patrocinio. / Cedida a El Periódico Extremadura
Este Sábado de Pasión, se ponga como se pongan las nubes, saldrá el sol, pues, no hace falta que te cuente, costalera, que, aunque el cielo esté cubierto, si subimos más arriba encontraremos al sol. Por eso las hijas de la Virgen del Patrocinio, Madre guapa, cuando empiecen a sembrar de flores su Palio lucirán radiantes y en el aire, en el aire, un aroma de devoción inundará la Hermandad de la Sagrada Cena, lo diré, la Sacramental y Penitencial Hermandad de Mérida. Y ese perfume, créanme, no tiene ningún precio.
Levantá a pulso
Ese olor alivia el de la humanidad sufriente, sofoca el rencor del malvado que no puede soportar la bondad ajena, es el remanso que necesitamos los que buscamos la Semana Santa por dentro, como la procesión que siempre va por dentro. La Virgen del Patrocinio es una explosión de vida a la que sus costaleras el día siguiente, Domingo de Ramos, izarán para que Mérida la vea y la bimilenaria se asombre ante tanta belleza. ¿Y cómo? Con una señorial levantá a pulso con el alma, porque esta Virgen no se lleva a costal, se lleva a corazón, a corazones enamorados. Y ahí están ellas, apretando la faja, levantando el corazón, compartiendo trabajadera. Que hay que tener muchísimas ganas, muchísimas, y mucho corazón, mucho, para elevar este Palio a plomo sobre la cerviz de estas mujeres. Toda la gracia del mundo y religiosidad entre doce varales.

Virgen del Patrocinio. / Cedida a El Periódico Extremadura
Parroquia de San José
Hay algo mágico que da esplendor a cuanto existe y es la ilusión de encontrarnos en la mirada de sus ojos misericordiosos. Ahora que huele a Semana Santa, a incienso, a azahar, sí, pero a mí también a lavanda, cantueso, jara, brezo, mimosas, ahora que por la Parroquia de San José rememoramos el primer Sábado de Pasión de la historia, ahora comprendo que no hay una única Semana Santa, que todas son diferentes y que cada uno vive la suya, aquí, los que nos creemos vivos y, allí, los que habitan en la memoria de nuestros recuerdos, reconciliándonos con nuestra niñez. Y siempre ¡A la verdad! Es algo religioso, sí, pero también tiene que ver con la tradición, con la identidad, con la vida. Asomará el Palio el sábado santo y nada será como antes pues empezamos de nuevo. Y ves, con asombro, que por encima de la debilidad humana que llora, siempre sonríe la inmortal esperanza de la Madre. Pueden los que creen y estas del Palio del Patrocinio creen siempre. Aquí la igualá nos hace iguales, aquí sabemos del paso a tientas por el Teatro Romano, de la bajada con alma y con calma a la Puerta de la Villa, de los atardeceres por el Templo de Diana, de los anocheceres por el Museo Romano, de las madrugadas por la Argentina, aquí está La Cena que endulzará la noche definitiva, con alegría pues en esta Cena de Jesús del Patrocinio hay pan, vino y torrijas, con esa dulzura que siempre es el regreso. Dicen que el portalón de nuestra Hermandad no es bonito, quizá, pero tiene lo que en otros sitios falta: vida. Allí, escuchamos lo que vemos y vemos lo que escuchamos. Todo eso y muchísimo más pasa cuando pasa la Madre de Dios por encima de las cabezas de los emeritenses.
La mirada más tierna
Y en ese relato está la capital extremeña. Y está Mérida porque está nuestra infancia, nuestras ilusiones y desvelos. Y está, aguardándonos, junto a su Madre, Jesús del Amor, pan que nos espera en el sagrario y donde penas, llantos, rostros compungidos, abrazos desconsolados, silencios tristes, todo queda disuelto, como lágrimas en la lluvia, quitando penumbras, dando luz y sentido a las cosas, bajo la mirada más tierna, el gesto más dulce, creciendo al calor del afecto de los mejores ojos, con una mezcla de paz, devoción y nostalgia que llega, cubierta de los claveles y flores a que a su Madre sus costaleras lanzan. A porfía.
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