Opinión | Trazos y travesías

Pendientes a las bebés: daño y tradición

Una bebé recién nacida

Una bebé recién nacida

Una pregunta que enfrento no pocas veces como madre de una niña alude a la ausencia de pendientes atravesando los lóbulos de sus orejas. Por otro lado, su padre y yo consideramos que toda la paleta de colores es preciosa si se combina bien, así que no descartamos las cazadoras celestes heredadas de sus primos, ni sus comodísimos zapatos marrones y naranjas con los que está debutando como caminante en los últimos días. También abrazamos el rosa de forma no preferente, sólo como una posibilidad más. Sumando estos hechos, la escena social en la que le dicen ‘niño’ cuando no la conocen, se ha dado en alguna ocasión, pero no nos incomoda ni nos parece insultante, ¿por qué habría de serlo?

Ocurre que siempre me ha gustado darle a la sesera y me replanteo con cierta frecuencia los actos banales que acometemos en masa. Por razones que ahora no importan, no estudié filosofía; aunque uno de esos motivos no era la falta de ganas o de curiosidad epistemológica.

De modo que en mis pensamientos cuestiono las más diversas costumbres que nos atraviesan, especialmente aquellas que atañen al bienestar de mi hija. Por ejemplo, algunos días, me da por imaginar una sociedad donde las niñas no llevaran pendientes y diese igual si son niñas o niños a ojos de quienes las miran. Probadlo. A mí se me antoja un entorno bastante liberador respecto a los encorsetados mandatos de género, sobre todo para ellas.

Cuando me quedé embarazada, recibí la visita de una amiga que había sido mamá de una niña hacía poco tiempo. Después de una copiosa cena, me contaba detalles variopintossobre su maternidad: desde el parto, las malas noches, al día que fueron en familia a ponerle los pendientes a su hija. Narró cómo tuvo que hacerse cargo su marido de quedarse en la farmacia con la pequeña, que, a lágrima viva, chillaba desde sus pequeños pulmones. Según mi amiga «los gritos se oían desde lejos» como un alarido de socorro insoportable para las dos. Ya van varias mamás que me cuentan el mismo suceso con las mismas palabras. Un trauma.

La tradición de perforar la piel y la carne de las bebés sanas proviene de las culturas de los países de costumbres cristianas, como España, o los que fueron cristianizados, como América Latina

La tradición de perforar la piel y la carne de las bebés sanas proviene de las culturas de los países de costumbres cristianas, como España, o los que fueron cristianizados, como América Latina. Es una forma de indicar el sexo de forma visible para marcarlas socialmente y embellecerlas, guapas desde la cuna. Con este fin estético, a precio de dolor y posibles infecciones, se sigue agujereando a pequeñas indefensas que no tienen la posibilidad de negarse, aunque a su manera, manifiestan su rechazo mediante el llanto que produce el dolor gratuito que les profieren.

Como madre y mujer, considero que el mal trago por el que pasan con las vacunas, ya es lo suficientemente duro como para infundirle a las niñas un daño innecesario y de arraigo cultural, pero irracional. Por eso, cada vez más familias nos oponemos a seguir asociando la imagen de la niña/mujer como la ‘sufrida’ y liberamos de los mandatos estéticos de género a personas que, todavía sin las capacidades del habla y de la toma de decisiones, podrán decorarse como crean conveniente por su voluntad cuando estén capacitadas para hacerlo.

Quizás para aprender a respetar plenamente los cuerpos ajenos, sea necesario reflexionar cada quien sobre sus propias prácticas de control e imposición y sobre el concepto de feminidad marcado desde que nacemos. Quienes se agarran a la tradición contra la lógica dicen que de bebés les duele menos que les atraviesen el lóbulo; argumento inválido y falsable a juzgar por el llanto desconsolado de las pobres bebés. La mejor manera de consolar un dolor evitable puede que sea, simplemente, no ejerciéndolo.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents