Opinión | ARENAS MOVEDIZAS

Darwinismo sexual

Los últimos escándalos de violencia sexual en la política evidencian que algunos no se creen ni su propia doctrina

Podemos confirma que apartó a Monedero tras varios testimonios de violencia sexual

Podemos confirma que apartó a Monedero tras varios testimonios de violencia sexual / EFE

Hay partidos que no se creen ni su propia doctrina. No me refiero a los argumentarios al uso sobre el Salario Mínimo Interprofesional o la guerra de Ucrania, sino a algo mucho más básico y terrenal que tiene que ver con las formas, el respeto, el sentido común, la evolución de la especie o el ideario feminista que hoy han hecho suyo casi todos los partidos. Afortunadamente, la sociedad progresa y los tiempos cambian. Hace 40 años, el apego de las clases dirigentes a la prostitución o el manoseo a las compañeras de trabajo (o de partido, o de asociación, o de gremio) no daba ni para un suelto en la sección de chismes de un periódico. Se silenciaba directamente porque aquello se trataba, decían, del ámbito privado y no del interés general. Eran ‘cosas que pasaban’ asumidas dentro de lo que hoy nos parece reprobable y hasta delictivo, como los chistes sobre maltrato o las casetes de carretera donde el humorista convertía en mofa la condición sexual, la raza o el origen geográfico.

En la calle, en los bares, en el lugar de trabajo y hasta en la televisión se contaban chistes de ministros, de mujeres y de leperos que al día siguiente volvían a repetirse en los mismos foros para regocijo general, del mismo modo que se presumía ante la máquina del café de haberle tocado el culo a una compañera o se trazaban planes sobre el modo idóneo de acabar a solas con la becaria. De todas cuantas cosas nos hacen recordar con apego el pasado, ese tipo de comportamientos es una de las que podemos enorgullecernos de haber dado la vuelta a la percepción que se tenía décadas atrás, cuando el ascenso profesional y personal de una mujer era, a la vista de todos y con la anuencia de todos, un riesgo en sí mismo, el que representaba que la compañera pudiera caer bajo la larga mano del baboso de turno.

Podemos acaba de admitir que apartó a Juan Carlos Monedero de la primera fila del partido en cuanto tuvo noticia de que había testimonios en su contra sobre violencia sexual, en concreto, ‘manoseos’ y ‘tocamientos en la cintura y en el trasero’ denunciados por dos mujeres. Meses atrás se destapó el caso Errejón, pendiente aún de resolución judicial. En los últimos años hemos asistido a casos de corrupción en los que las mordidas se celebraban, cómo no, con prostitutas, en ocasiones con fondos públicos, al más puro estilo de las décadas de los ochenta y noventa, cuando todavía se ensalzaban, incluso, este tipo de prácticas y las casas de alterne enjugaban la facturación durante las semanas de ferias sectoriales por todos conocidas. (Casas de alterne. También tiene guasa el eufemismo para evitar describir con acierto lo que allí dentro ocurre).

A la luz de los casos que periódicamente saltan a la palestra se deduce no solamente que algunos de los políticos en quienes depositamos nuestra confianza no se creen lo que predican (una cosa en el atril, otra cuando no hay cámaras), sino que en los rincones más oscuros del ‘establishment’ anida la creencia de que en política, además de amigos, enemigos y compañeros de partido, también hay mujeres a las que se considera un objetivo sexual, un trofeo, un empeño, un derecho inherente del macho alfa dirigente.

Hace cuatro décadas, este tipo de conductas no solo no eran castigadas, sino que los autores podían acabar premiados con un ascenso. El piquito de Rubiales habría sido motivo de gran alborozo en mitad de un regodeo estridente. Entre copas y puros. Por eso sorprenden casos como los de Errejón o Monedero y los de tantos hombres en puestos de responsabilidad que promueven una cosa mientras presuntamente hacen la contraria, exhibiendo hacia las mujeres un desprecio que acaba convirtiéndose en una humillación, en una ofensa, cuando no en un delito con todas las papeletas para la cancelación.

Es obligación de los partidos políticos, empresas y organizaciones atajar ese tipo de actuaciones y apartar a sus autores de cualquier puesto de responsabilidad, como es competencia de los jueces, en caso de denuncia, aplicar sentencias ejemplarizantes a partir de hechos probados. Y es cometido de la sociedad condenar al vacío a esta clase de personajes. La evolución debe seguir su curso.

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