Opinión
Noveno y último círculo del infierno
En el fondo solo soy otra persona del montón que cambió los ideales por el pragmatismo, la vehemencia por comodidad y la fe por la rutina

Sos personas llevan varias bolsas de compra
Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, incluso en pleno caos. Henry Miller era consciente de esto. En cuanto a mí, enumerar las situaciones que me han conducido hasta el día de hoy es más sencillo que volver al punto de partida. Convertirme en un hombre asalariado fue el comienzo. El resto de cambios fueron sutiles pero más devastadores: ¿por qué no? me lo merezco, para eso trabajo. Acabé irreversiblemente anclado a lo apolíneo: un secreter de madera de barco reciclada, un cuadro original de Jose Ángel García Totorika, un santoku de la marca Zwilling, una alfombra de Crevillent, unas botas Berwick de piel de vaca. Los grandes almacenes, exuberantes, asépticos, seductores, se convirtieron en deleite y disfrute, como cualquier otro tipo de interacción social.
La satisfacción atiborraba mis espacios sinápticos de dopamina, mientras brotaba en mi cerebro una pregunta y una respuesta: ¿de verdad has contratado un seguro a todo riesgo a una aspiradora? Y la respuesta fue: nadie puede ser tan estúpido. Solo los actos racionales pueden llegar a ser tan absurdos, rozan la piel y depositan emociones delicadas y benevolentes y bondadosas
La epifanía tuvo lugar un sábado de primavera por la tarde, en la sección de electrodomésticos de El Corte Inglés, cuando decidí gastarme quinientos euros en una aspiradora y después contraté un seguro a todo riesgo durante varios años. La satisfacción atiborraba mis espacios sinápticos de dopamina, mientras brotaba en mi cerebro una pregunta y una respuesta: ¿de verdad has contratado un seguro a todo riesgo a una aspiradora? Y la respuesta fue: nadie puede ser tan estúpido. Solo los actos racionales pueden llegar a ser tan absurdos, rozan la piel y depositan emociones delicadas y benevolentes y bondadosas. Como no sabía que hacer solo pude reírme.
Tras la revelación, la búsqueda. Ni rastro de la sudadera que usaba en la universidad encontrada en un contenedor de basura, ni de las pulseras, ni las zapatillas rotas o del móvil desactualizado. No encuentro por ningún rincón incertidumbre o emoción. A mi alrededor nada parece desordenado o sucio. Las plantas cuidadas, la ropa en perchas, la cocina recogida. Facturas pagadas, calendario planificado y una serie de Netflix antes de dormir.
Fue paseando por las calles de Jarandilla de la Vera donde me di cuenta de que en realidad no quería encontrar nada, porque no sabría qué hacer con ello. En el fondo solo soy otra persona del montón que cambió los ideales por el pragmatismo, la vehemencia por comodidad y la fe por la rutina. Yo en definitiva, que proclamaba que jamas haría ciertas cosas y al final las hice todas.
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