Opinión | ARENAS MOVEDIZAS
Déjennos papel higiénico
Europa avisa a sus ciudadanos de que se preparen para la posibilidad de una guerra y estos responden como en la pandemia. Aquí hacemos acopio de papel higiénico, en EEUU asaltarían las armerías

Una persona comprando papel higiénico. / EFE
La Unión Europea ha lanzado un aviso a la ciudadanía para que nos pertrechemos de artículos de primera necesidad en caso de que se desencadene una guerra o una crisis climática. Lo del cambio climático lo han metido de rondón, como para disimular el hecho de que nos están dando titulares a la manera de los periódicos europeos de 1918 y 1939. Alarmista o no, la advertencia institucional ha calado en la sociedad, al menos en la española, que, dispuesta a atender la seriedad con que Bruselas trata de prevenir una invasión rusa, se ha apresurado a acudir a los supermercados con el mismo espíritu que hace cinco años demostró en el confinamiento: acabar con el papel higiénico. Ni un solo rincón de la casa sin ocupar por el valorado tisú. ¿Cuánto papel higiénico somos capaces de consumir en 72 horas?
La compra masiva de papel higiénico representa la consagración definitiva de la celulosa, su conversión en estrella del kit de supervivencia, un valor refugio tan caro como el oro en tiempos de guerra y la mayor contradicción que debe extraerse como conclusión del aviso europeo: prepararse contra la guerra y el cambio climático a base de la tala masiva de árboles para la fabricación de papel de váter. En bucle hasta que no quede un solo bosque en pie. No hay Amazonia para tanto culo ni tanto acopio ni gesto que nos represente mejor frente a la probabilidad de una conflagración mundial. En EEUU acudirían corriendo a las armerías; aquí a la sección de hogar de los supermercados. El rollo de papel higiénico frente a las pistolas Browning y los kalashnikov. El papel higiénico es un héroe de dos capas. Ganamos seguro.
Hay gente que piensa que los periodistas tenemos respuestas para todo, incluidas las que solo pueden conocer los altos mandos de los servicios secretos. Mi hijo me envía un wasap para preguntarme qué hay detrás del aviso de Bruselas porque después de la peor crisis económica en cien años y la pandemia de 2020, una guerra no le viene bien. Mi pareja también me pregunta, mis amigos preguntan, y entre los compañeros de trabajo es tema recurrente de conversación. El concepto clave es kit de supervivencia, que viene a ser como ese juego que no dejamos de practicar en todas las edades del hombre y de la mujer. El kit de supervivencia es el ‘qué te llevarías a una isla desierta’ de toda la vida. En lo estrictamente personal, mi kit de supervivencia son mi mujer, mi hijo y mi perro Bowie. Luego un par de amigos y después todo lo demás. También echaría al morral las obras completas de Javier Marías, Amor Towles y Almudena Grandes, los Episodios nacionales de Pérez Galdós —quizá entre sus páginas halle alguna respuesta a lo del papel de WC— y la mayor cantidad de literatura portuguesa posible, las discografías descargadas de David Bowie, Sharon Van Etten, Nick Cave y The National y un par de series, The Office y alguna otra. Y latas de atún.
Y los recuerdos y la memoria. Ese kit estaría lleno de recuerdos. «Miro a mis hijos y a mis nietos y pienso en qué historias se meterán y qué diablos podrán contar algún día», escribe el portugués Afonso Cruz en Los libros que devoraron a mi padre, una de esas novelas que echaría a la saca sin dudarlo un segundo. «Porque un hombre está hecho de esas historias, no de ADN ni de músculos ni de huesos. Sino de historias». Hay poco papel higiénico en la literatura universal a pesar del trastorno casi enfermizo que provoca en tiempos de crisis. Carece de cuentos, narraciones orales, leyendas o poemas, como si los escritores quisieran esconderlo a la manera clandestina de quienes lo compran de tapadillo en el supermercado, que parecen querer camuflarlo entre los congelados, el pan de molde y el litro de aceite, no vaya a ser que alguien note que vamos al baño.
Basado en los consejos de tres países nórdicos —los más preparados ante amenazas externas—, ese kit de emergencia propuesto por la UE incluye medicinas, alimentos no perecederos, agua en abundancia, una cocina portátil y combustible, baterías recargables, una despensa bien provista de frutos secos y legumbres, además de abrigos, mantas, sacos de dormir, toallitas húmedas, guantes, velas, cerillas, pilas, compresas, linternas, gel hidroalcohólico, bolsas de plástico, calzado cómodo, pastillas de yoduro potásico, etcétera. ¿Qué tamaño de casa cree la Unión Europea que tenemos los ciudadanos para meter todo eso? No importa mientras tengamos el papel higiénico como arma de destrucción masiva.
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