Opinión | La curiosa impertinente
8M: nunca es triste la verdad
En el nombre de todas las mujeres encerradas en una injusticia medieval, abandonadas en infiernos como Afganistán

Participantes en la marcha de ayer de Badajoz. / JOTA GRANADO
Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, escribía Serrat en una de sus canciones más maravillosas. Solo que en este caso sí que es triste la verdad, pero también tiene remedio. Porque en este 8M es verdad y triste que no se cumple por conmemorar un día y que se necesita reivindicar a todas esas heroínas olvidadas en la historia de Occidente, pero sobre todo protestar furibundamente por las perseguidas, rechazadas, torturadas, mutiladas, obligadas a abandonar sus estudios y relegadas para uso exclusivo, disfrute y dominio del hombre. Ese abuso institucionalizado en países cuya religión instaura regímenes que sojuzgan a la mujer bajo el amparo de la ley. Y sí, me estoy refiriendo a países musulmanes cuyos nombres todos ustedes saben y que partidos progresistas de nuestro arco parlamentario, que apoyan al actual gobierno, se niegan a denunciar, entretenidos como están en sus chorradas ‘wake’ separadoras, instauradoras de la división y enemigas de la verdadera lucha por la igualdad.
En el nombre de mi abuela -y de miles de mujeres como ella en los dos bandos-, a la que una guerra fratricida dejó viuda con tres niños pequeñísimos a los que sacó adelante siempre contenta, guapísima, vestida de colores luminosos y cuyos ojos inmensos ha heredado mi nieta. En el nombre de mi madre y mi suegra- y de miles de mujeres como ellas-, que crió seis hijos y sufrió el dolor de perder uno. En el de mis hijas y mi nuera que concilian como pueden en un mundo hostil para la maternidad, también para sus maridos, donde tener hijos se ha vuelto a veces una aventura osada por no decir peligrosa mientras fracasamos en el objetivo de que no haya que elegir entre formar una familia tan numerosa como se desee y el desarrollo profesional hasta donde el talento y el desarrollo personal posibiliten.
En el nombre de todas las mujeres del mundo encerradas en una injusticia medieval con el concurso de todos los poderosos de la tierra que las han abandonado en infiernos como Afganistán. Alcemos la voz por ellas. Porque sí es triste la verdad. Y sí tiene que tener remedio.