Opinión
A hombros de los viejos maestros
Dalmacio Negro era un profesor fascinante: tan culto como incorrecto

Ortega y Gasset
Poco antes de la Nochebuena, falleció a los noventa y un años Dalmacio Negro Pavón, catedrático de Ciencia Política y de Historia de las Ideas. Tuve la suerte de ser su alumno en mi etapa universitaria, en los años noventa, en la facultad de Políticas de la Complutense. Allí disfruté de un plantel de profesores brillante: de Carmen Iglesias a Ramón Cotarelo; de Luis Arranz -tristemente fallecido este verano- a Antonio Elorza; profesores con ideología de toda laya, enseñándonos en un ambiente de libertad y respeto que ahora puede sonar utópico -en una facultad tomada por el populismo de izquierdas-, pero que en aquellos años era real.
Dalmacio fue el primer y quizá único profesor que nos habló en profundidad de Ortega y Gasset, el pensador más brillante de la España del siglo XX, un hombre proscrito en el ámbito académico de aquel tiempo por haber vuelto a España en 1945, pese a que la dictadura no le consideró nunca uno de los suyos
Dalmacio Negro era un profesor fascinante: tan culto como incorrecto, nos enseñó Teoría y Formas Políticas sin complejos en un entorno en el que su forma de ver el mundo era minoritaria. Siempre nos trató como adultos, una dignidad que ya se adivinaba cada vez más escasa con el paso de los años. De su mano, comprendimos la naturaleza del Estado (lo Stato) y muchos de nosotros descubrimos la importancia de la historia para entender el funcionamiento de las sociedades. Pero hubo más: en una facultad que ya era revisionista, Dalmacio fue el primer y quizá único profesor que nos habló en profundidad de Ortega y Gasset, el pensador más brillante de la España del siglo XX, un hombre proscrito en el ámbito académico de aquel tiempo por haber vuelto a España en 1945, pese a que la dictadura no le consideró nunca uno de los suyos. Pues bien, Dalmacio nos puso frente al maestro en todo su esplendor. Aún tenía por casa el año pasado aquellas fotocopias de las Obras Completas, donde aprendimos acerca del «origen deportivo del Estado», conocimos las «ideas de los castillos», o entendimos la diferencia entre las ideas y de las creencias. Con los años, Ortega ya no me abandonó, -todos le debemos mucho, y a todos no ha hecho mucho daño, dijeron de él- y así aprendí a ver el mundo con el marco que dibujó en «En torno a Galileo» - el peso de las generaciones- o con «La rebelión de las masas».
A Dalmacio no volví a tratarlo: al terminar los estudios decidí no seguir la vía académica y buscarme la vida en otros entornos. Le seguí leyendo con interés, pero nunca volví a verlo. Sirvan estas líneas de humilde homenaje a un maestro que marcó lo que hoy soy, aunque él nunca fuera consciente de ello.
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