Nueva sociedad, nueva política
Queridísimos demócratas
Tengo mis dudas de que la democracia, dentro de 50 años, goce del prestigio de hoy
El pasado 17 de junio, todos los medios regionales y muchos nacionales, incluido este periódico, se hicieron eco de la constitución del consistorio de Don Benito, tras la cual «la Policía Nacional tuvo que escoltar a la alcaldesa [María Fernanda Sánchez, de Siempre Don Benito]» a causa de la presión de «al menos un centenar de vecinos partidarios de la fusión» impulsada por los socialistas Miguel Ángel Gallardo y José Luis Quintana.
Leyendo las crónicas, pensé en quienes se dan golpes de pecho por la democracia pero consideran democracia solo aquello que satisface sus intereses: el poder del pueblo si el pueblo dice lo que quiero.
La idea de democracia propia de los regímenes liberales contemporáneos está en cuestión. No solo por la gran pujanza económica y geopolítica de China y Rusia, con sistemas alternativos, sino, sobre todo, por la profunda crisis de representación de las propias democracias, simbolizada por el intento golpista en Estados Unidos en enero de 2021.
El pasado 6 de junio, el ex presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, firmó un vergonzante artículo en un diario digital. En el texto pedía dejar «sin sitio» a VOX y a «los rupturistas, los independentistas, los anticonstitucionalistas y comunistas». No debió reparar, tan insigne demócrata, en que, en las elecciones generales de 2019, la suma de toda esa gente alcanzó, contando solo las fuerzas con representación parlamentaria, la cifra de 9.227.135 españoles y españolas: el 38% del voto válido y el 26% del censo. ¿Es democrático querer dejar «sin sitio» a la cuarta parte de tus compatriotas, casi cuatro de cada diez votantes?
Que los dos impulsores de la fusión de Don Benito y Villanueva de La Serena procedan de la escuela política de Rodríguez Ibarra, y que en Don Benito sus partidarios obligaran a escoltar a una alcaldesa legítimamente elegida, es seguramente casual. Lo que no es tan casual es el creciente protagonismo de políticos de la Transición defendiendo —otra vez— la idea de un PSOE encajonado en el socioliberalismo ajeno a la izquierda, el bipartidismo excluyente y un régimen del 78 intocable como las tablas de Moisés. Esta defensa numantina de quienes «estuvieron allí» vuela todos los puentes intergeneracionales y es manifiestamente impracticable, una ficción política que solo puede llevar a España a la melancolía o a la confrontación.
Lo peor de estas posiciones es que se defiendan con argumentos sonrojantes, por absolutamente falaces, como el que emplea Rodríguez Ibarra para distorsionar burdamente la figura del fundador del PSOE, Pablo Iglesias Posse, tachándole de «anticomunista»: una manipulación intolerable de la historia. Iglesias Posse siempre fue marxista, entusiasta de la revolución bolchevique, «antisistema» —defensor de no pactar ni con los republicanos, que entonces se enfrentaban al «turnismo» liberal-conservador—, y llegó a justificar la violencia desde la tribuna del Congreso de los Diputados para defender la lucha de clases. Ibarra pretende diluir su anticomunismo obsesivo en una caricatura del introductor del marxismo en España.
Basilio Martín Patino (1930-2017) es uno de los cineastas españoles más interesantes. «Queridísimos verdugos» (1970) es un documental rodado en la clandestinidad, para el que entrevistó a los últimos ejecutores de penas de muerte en España, dos de ellos pacenses. Es imposible verlo sin sentir una cierta empatía por aquellos verdugos que, ya al final del franquismo, se sentían orgullosos de su trabajo, entre otras cosas porque era algo que alguien debía hacer y, simplemente, ellos estaban allí dispuestos a hacerlo.
Quienes hicieron la Transición porque estaban allí tienen todo el derecho del mundo a sentirse orgullosos de su labor, aunque muchos no lo compartamos. Pero si creen que pueden imponer a las generaciones posteriores un solo modo de concebir la democracia, es que no han entendido lo que es la democracia y, además, han estado fuera del mundo los últimos veinte años. Les aconsejo que se lo tomen con calma y se armen de ansiolíticos. Tengo mis dudas de que la democracia, dentro de cincuenta años, goce del prestigio que aún conserva hoy, pero, de ser así, y parafraseando a uno de nuestros queridísimos demócratas, les aseguro que no la va a conocer ni la madre que la parió.
*Licenciado en CC de la Información
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