Ahora que se va acercando el Día del Libro, me encantaría que las redes se llenaran de gurús de la lectura. Igual que en cuanto asoma el primer rayo de sol, internet se inunda de entrenadores que te prometen un cuerpo perfecto si sigues sus rutinas o bebes sus batidos o haces esa cosa extraña del Pilates de pared, este mes deberían empezar a brotar los abanderados de los libros. Ya hay alguno, pero aún no son multitud ni te asaltan en cuanto enciendes el ordenador. Podrían comenzar recomendando algunas lecturas que te volverían culto en un mes a razón de unas pocas páginas diarias. O una selección de títulos, solo de títulos, que soltar en reuniones sociales para que los demás pensaran que has leído. También podrían proponer ayunos intermitentes, aunque en este caso, como el problema no es que se lea de más sino de menos, lo mejor sería una ingesta continua, por ejemplo, toda la épica medieval o las obras completas de Cervantes o Galdós. Habría suplementos vitamínicos, pequeñas píldoras para ayudar en el proceso de convertirnos en lectores. Podrían ser sonetos, uno al día, tampoco hay que pasarse, o cuentos y fábulas, muy proteicas y con moraleja añadida, o mínimas entregas de la generación del 98, llenas de cereales y campos de Castilla, muy apropiados para la digestión. Tendríamos, por supuesto, comida exótica, en grandes cantidades como el Panchatantra, o en minúsculas, como el aperitivo de un haiku. Y recomendaciones sobre dónde y cómo leer y fotos, muchas fotos de personas poniéndose cultas en el salón de su casa, en bares con sofá o en campiñas inglesas. La imagen es importante, por eso los gurús deberían aparecer en poses intelectuales (no falla la del puño apoyado en la barbilla y la mirada profunda de quien viene de vuelta), con un desaliño indumentario a la manera de Machado, sin olvidar la perilla de Bécquer, la levita de Larra o el peinado del conde Lucanor. Ellas podrían elegir la mirada melancólica de Rosalía, la escritora, por supuesto, la toga de santa Teresa para las más atrevidas o el gesto desafiante de Pardo Bazán. A la consigna del cuerpo divino en tres semanas se respondería con la Divina comedia en dos, y al consejo sobre cómo conseguir la tableta de chocolate, con la descripción perfecta de los héroes de Homero. Yo veo aquí un filón de negocio, un campo infinito. Vuélvase culto en tres días. Lea sin miedo. Mire que se acerca el Día del Libro y no va a poder lucir su cerebro como se luce un bañador en la playa, sin complejos. Cuerpos perfectos hay muchos, pero lectores, pocos. Solo nos falta empezar a presumir de ello.