Durante el año pasado, cuarenta y cinco hombres mataron, sólo en España, a cuarenta y cinco mujeres a las que un día aseguraron amar. Varones socializados como sujetos del supuesto sexo fuerte, conocedores de sus capacidades físicas y ejecutores de una muerte cruel y bestia en nombre de la posesión. Cuerpos que normalizan la violencia como forma legítima de estar en el mundo desde la primera infancia. Mentes que manipulan la realidad para mezclar la baja tasa de denuncias falsas con el mito del amigo que pernocta en el calabozo porque una loca le ha denunciado, un clásico. Algunos campan tan acostumbrados a sus tropelías y a las de sus congéneres que no las contemplan como tal, como ocurre con todas las conductas que se vuelven habituales e incluso aplaudidas y, por lo tanto, invisibles o ensalzadas. A pesar de que la realidad intragable se impone año tras año, asistimos a la negación del maltrato hacia las mujeres en demasiadas ocasiones. Partidos políticos liderados por varones que encarnan la figura del hombre que ellos mismos deberían dejar de ser, tachan de feminazismo a un movimiento pacífico que todavía no ha matado a nadie. Les vemos en fotos acomplejados, de puntillas, con barbas pobladas que ocultan su rostro, enchaquetados, hablando de feminismo como si tuvieran la formación que se lo permitiese. Lanza-soflamas profesionales, abanderando un imaginario caduco y monocromático de masculinidad, pero orgullosos de representar el papel de macho hegemónico que les encorseta y limita, todavía arraigado en nuestro país. Desde el púlpito de la creencia de ser los herederos de los valores de bien, pretenden darnos lecciones a las alumnas aventajadas en la lucha por la igualdad de derechos de las mujeres. Aquellas que ya llevábamos un trecho considerable trotado para cuando ellos miraron a subirse a la jaca hacia la reconquista de sus privilegios. Nos dirigen monsergas mediocres basadas en opiniología a todas las que nos hemos formado durante largas jornadas de estudio de teoría feminista, desde la primera ola a hoy. Acosan verbalmente a compañeras, muchas de ellas académicas de renombre, que hemos asistido a conferencias de filósofas como Rosa Cobos o Celia Amorós, o movilizado cada año en las manifestaciones donde pedimos que cesen la criminalidad y los feminicidios hacia las nuestras, que el gobierno apoye con medidas efectivas el reparto de los cuidados de nuestra descendencia en pos de una conciliación que aún no existe. Gritamos contra la prostitución y el uso del cuerpo de las mujeres pobres con fines reproductivos. Nos desgañitamos para exigir una justicia con perspectiva feminista que deje de otorgar custodias compartidas a padres maltaratadores a los que ni sus propios hijos quieren ver, como los de Juana Rivas. De modo que tú, amiga, únete al 8M: porque en un ascensor donde coincidimos hombre y mujer, los nerviosos no son ellos. Porque cambiamos de acera si vemos venir a un hombre en la noche en dirección opuesta. Porque todas tenemos una amiga a la que han tratado con nula responsabilidad afectiva. Porque a todas, antes de pasar a ser amigas, nos han cosificado sexualmente para ver si les ponemos o no. Porque seguimos limpiando culos, quitando babas y preparando comidas para alimentar a toda una familia, sin cobrar ni un euro. Porque los cuidados no cotizan en bolsa ni contribuyen para merecernos una jubilación digna. Porque el techo de cristal impide que ascendamos económica y socialmente y contemos con mujeres con formación feminista que representen nuestros intereses en la cumbre del G20 o como presidentas del gobierno. Porque todas somos hijas, porque muchas somos madres, porque en este 2025 somos cuarenta y cinco mujeres menos que el año anterior en España por culpa de los asesinatos machistas. Porque el porno sigue cosificándonos y estando disponible para los niños desde la más tierna infancia, cuando comienzan a embrutecerse. Por Diana Quer, por Laura Luelmo, por Anabel Segura, por Marta del Castillo, por Manuela Chavero, por todas las visibles y las invisibles asesinadas por aquellos hombres que un día les juraron amor o las violaron para satisfacerse sexualmente y luego descuartizar sus cuerpos indefensos, o abandonarlos en un portal ultrajados para siempre durante unos sanfermines:¡A las calles, compañeras! El patriarcado no se va a caer; nosotras lo vamos a tirar.