Opinión | Textamentos
La vida lenta

Una persona mira la hora en el reloj
Navegando en Internet he descubierto que somos legión quienes nos despertamos cada noche alrededor de las cuatro de la madrugada.
Esta circunstancia me desagradaba hasta hace poco, pero, haciendo caso a esos gurús que insisten en que donde hay un problema hay siempre una oportunidad, he decidido tomármelo con buen talante y dedicar el periodo que tardo en retomar el sueño para meditar, ya no con la sensación de estar perdiendo una hora de sueño, sino de ganar una hora de productiva vigilia. A veces me echo a la calle para dar un lento paseo por el parque, tan solitario a esas horas de la noche, en contraste con la vorágine de los horarios diurnos.
Sin ser experto en estados del sueño, creo que precisamente esa urgencia con la que nos regimos en el día a día es lo que nos impide descansar de un tirón por la noche. Es decir: de igual manera que una piel dañada es reflejo de una alimentación deficiente, nuestras noches entrecortadas vienen a ser reflejo de nuestros días angustiosos.
Sintonizar con los tempos del siglo XXI es estar encadenado al frenesí, a veces sin motivo. La sensación de no llegar a tiempo se vuelve insoportable incluso cuando no hay ningún sitio al que llegar
Sintonizar con los tempos del siglo XXI es estar encadenado al frenesí, a veces sin motivo. La sensación de no llegar a tiempo se vuelve insoportable incluso cuando no hay ningún sitio al que llegar.
Como todo tiene su reverso, ahí está el Movimiento Slow, que aboga por una existencia más pausada y reflexiva. Una corriente que, intuyo, habrá ganado muchos adeptos últimamente en EE.UU. para compensar que habitan un país en manos de los hiperventilados Donald Trump y Elon Musk.
La vida lenta no es nueva: la inventaron los eremitas del Medievo, recluidos en grutas entre las montañas para huir del mundanal ruido. Sin llegar a ese nivel de solipsismo, se echa de menos un refugio a prueba de bombas donde no lleguen los tambores de esta frenética civilización. Un remanso de paz en el que, el mejor de los casos, uno pueda dormir a pierna suelta y morir lentamente de aburrimiento sin rendir cuentas a nadie.
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