Al contrario que tantos artistas actuales, Susu no cree en las prisas ni en las obligaciones que impone un mercado musical que cada vez se mueve a un ritmo más vertiginoso. Hace cuatro años que Susana Moll Sarasola, nombre real de esta artista con alma de cantautora, envoltorio pop rock y espíritu indie, no publica un álbum completo. El último, Ella Me Salva, vio la luz en 2021. Después ha presentado tres temas nuevos, uno por año, pero su exhibición en público durante ese período ha sido prácticamente nula. Ahora, un nuevo momento vital la trae de vuelta a los escenarios. El pasado fin de semana actuaba en Barcelona, y el que viene (viernes 14 a las 21:30h en la sala Jazzville) hará lo mismo en Madrid. Algo desentrenada, la ilusión compite con los nervios en un regreso que ha tardado quizá más de lo previsto, pero también lo que la vida le pedía. Las razones para ese parón fueron claras. Con su vocación musical siempre convivió, al menos desde que era una veinteañera, otra igual de fuerte: la del yoga. Y estos últimos años los ha consagrado a convertir esa práctica en proyecto empresarial, además de a disfrutar de un tiempo en familia que consideraba necesario. "Monté un estudio de yoga en el que me encargo de hacer absolutamente todo, y eso me ha tenido bastante ocupada", explica en conversación telefónica con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. "La música requiere mucho movimiento, muchas salidas. Y yo quería centrarme en este proyecto y estar más en casa, porque uno de mis hijos estaba en plena adolescencia. Ahora ya soy más prescindible y me puedo dedicar a presentar este trabajo que quedó inacabado en su día". Cuando dice que quedó inacabado se refiere a esa parte de él que consiste en darlo a conocer al público. Porque todo lo que concierne a la grabación del disco estaba perfectamente terminado. Antes de la pandemia, la cantante se pasó un mes en el estudio trabajando a las órdenes de Micky Forteza, productor entre otros de Pau Donés y Jarabe de Palo. La acompañaban músicos de alto perfil como el bajista de blues y jazz Joan Vigo o Xavi Molero, baterista, entre otros, de la banda Egon Soda. El álbum ya lo tenían listo cuando, de repente, llegó el virus maldito. Como todo el mundo, tuvieron que parar, y el disco se acabó publicando en 2021. Pero era mal momento para las giras y ella se embarcó en ese otro proyecto que tenía pendiente: su estudio de yoga en el barrio barcelonés de Gràcia. La música, cuenta, la guardó en un cajón. "Y ahora vuelvo a abrir ese cajón y me encuentro un trabajo que todavía no he presentado y del que me siento muy orgullosa", se reivindica la artista. Así que eso es lo que toca: enseñarlo, contarlo y ver la reacción que provoca. Porque Susu no quiere que sus canciones se queden flotando en un espacio abstracto. Ella aspira a que produzcan un efecto, que ayuden a la gente. Un propósito parecido al que busca con el yoga. "Yo me hice profesora de yoga con 27 años y empecé mi carrera musical más o menos a la vez", relata. "Al principio las concebía como dos cosas muy separadas. El yoga me remitía al reposo, la relajación, la ayuda terapéutica en el sentido más estricto del término. La música la veía más expuesta al exterior: el movimiento, el viaje... También veía en esta faceta la vocación y el servicio, porque cuando haces canciones lo haces con la finalidad de dar algo bonito a los demás. Pero el tipo de vida con el que me tenía que comprometer para mí era muy diferente. Ahora han pasado los años y me doy cuenta de que esas dos identidades están ahí y simplemente tengo que integrarlas". Las canciones de Susu se mueven en la calma. Su autora las construye en torno a emociones que todos conocemos: el amor, la maternidad, los traumas y las heridas que deja la vida. Lo hace con una voz límpida, clara, en la que no hay aristas ni caben oscuridades. Ella dice que le gusta que su música ayude a combatir el estrés de quien la escucha, a recuperar ese centro que todos necesitamos para mantenernos sanos y cuerdos. Defiende, sin embargo, que a pesar de que su música pueda sonar relajada, "a menudo con las letras estoy diciendo algo muy contundente". Ella me salva, sin ir más lejos, es un álbum inspirado por ese poder sanador de la música, pero también por la muerte de una amiga con la que compartía su amor por las canciones. Un álbum de duelo, en cierto modo. Otro ejemplo es su canción más reciente, Su voz, que publicó el año pasado. Un tema de pop tranquilo, con un ritmo suave y cierto aire ensoñador, en el que trata un tema que le es muy cercano, porque lo sufrió en sus propias carnes en el colegio: el bullying. La letra habla de una niña que "solo esperaba ser comprendida, ser aceptada", y que con el tiempo consiguió salir adelante y cantar. Ser la mujer que es ella hoy en día. "Cuando yo era pequeña me hubiera gustado que un artista hiciera una canción pensando en mis miedos", reconoce. Ese mismo propósito, pedagógico y a la vez terapéutico, está en los tres libros-discos infantiles que tiene publicados. Textos, canciones e ilustraciones (estas, firmadas por las artistas plástica Eva Vázquez Abraham y Glòria Falcón) para que niños y niñas descubran el mundo, cuiden a la naturaleza, entiendan a los adultos y no teman el hacerse mayores. A ella, las canciones la han acompañado siempre. Se recuerda, de niña, en una casa muy aficionada a la música, con su padre tocando casi cualquier cosa en el piano, o aprendiendo temas de Villa-Lobos con un profesor de guitarra y ella mirando absorta. Cantando en familia. Con ocho años ya jugaba a componer canciones, y en la adolescencia, cuando todo el mundo necesita un ídolo, se hizo fan de Tracy Chapman y de Sade, sus referentes absolutos. También menciona a El Último de la Fila, Siouxsie, PJ Harvey o Bjork como algunos de los artistas a los que siempre ha admirado. Pero fue en sus años universitarios cuando aquella afición se convirtió en algo parecido a una vocación. En la facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona coincidió con Morti, el que sería miembro de bandas como El Fantástico Hombre Bala o Skizoo. Fueron novios un tiempo y con él se inició en la música: hacía coros en sus discos, le acompañaba a sus grabaciones. Así fue aprendiendo. Años después, terminada la relación pero todavía amigos, Morti le presentó a Shuarma, líder de Elefantes, y el proceso se repitió: fueron pareja durante años (y padres de dos hijos) además de socios musicales. Su primer disco, En la arena (2005), lo hizo con él, y su colaboración continuaría en los siguientes, aunque cada uno mantuviese sus respectivos estilos y ambiciones. "He tenido dos grandes maestros que supieron entender que yo era un tipo de artista diferente a ellos, porque es importante que cada uno tenga su propio discurso, su propia voz, su propio rollo", explica la cantante. Este viernes, Susu se subirá a las tablas del Jazzville madrileño acompañada de Francisco Guisado Dueñas, más conocido como El Rubio. Serán dos voces y dos guitarras (la de El Rubio, eléctrica, poniendo un punto "más psicodélico y ambiental") que sacarán del cajón sus composiciones más recientes, las de Ella Me Salva y las que han venido después. Será el último, o más bien el penúltimo, escalón de una carrera intermitente. Pero en la que todavía, por ahora, no está todo dicho.