«Nuestros movimientos definen cómo pensamos»

Stefanía Caro (Pamplona, 1981). / CEDIDA
‘Pómulo y lejanía’ (Editorial Consonni, 2024) es el debut literario de Stefanía Caro (Pamplona, 1981) periodista, amante de la danza y educadora, que propone una coreografía vital entre madre e hija en forma de paseo. Ese camino juntas, con la danza como telón de fondo, entre el regazo y la distancia, será el hilo conductor a través de un texto repleto de referencias artísticas, como homenaje y guía, a maestras como Susan Buirge o Margaret Severn. Un trayecto en línea recta en dirección a Oriente para medir ausencias, luces, sombras y flechas vitales compartidas. Imprescindible lectura.
El cuerpo y el camino, el tránsito, como una forma de sanar, conocer y reconocerse…, ¿no es así?
¡Qué bonito! Sí, cuando quise escribir el libro tenía claro que deseaba hablar del cuerpo y de la manera en la que nos movemos, y una de ellas es el camino que te lleva también a conocerte. Una manera también de llegar a un sitio. La protagonista del libro está detenida, inmersa en las dudas, no puede moverse, y es algo paradójico porque ella se ha dedicado a la danza, y decide emprender una última coreografía que, en este caso, toma la forma de camino. El camino es un modo de echarse a andar, de encontrarse a través del cuerpo y también de llegar a un lugar. El escritor Robert Walser aseguraba que caminaba muchos kilómetros para convertir el espacio en tiempo, y es un poco lo que las protagonistas también quieren hacer: están tan ancladas al presente que no saben cómo llegar al futuro.
Deudas emocionales, ausencias y amor en una relación madre e hija, ¿qué le ha supuesto profesional y personalmente este nivel de desnudez literaria?
Pues, lo cierto, es un ejercicio de desenmascararse. En este trabajo hay partes de mí y hay una verdad que circula en todo el libro: el interés por desnudarme, aunque no significa que todo lo que ocurre en el libro sea autobiográfico. En las artes escénicas no hablamos tanto de la realidad como de la verdad. Cuando se sale al escenario hay que desnudarse de alguna manera, darlo todo. En el libro quería que hubiera mucha verdad, real o no. Una verdad que tiene que ver conmigo y que está muy dentro de mí.
Usted ha estudiado danza, pero profesionalmente no se ha dedicado a ello…
Así es. He estudiado danza muchos años, pero por respeto a las profesionales, me defino como una apasionada de este arte. He bailado mucho y sigo haciéndolo, pero no con esa vocación profesional. Eso sí, el interés por el cuerpo, el movimiento, hablar e introducirlo en la literatura me parecía un reto. Me apetecía mucho escribir sobre ello.
De hecho, ha viajado a Egipto, Líbano o Turquía para entender el movimiento desde otra perspectiva. ¿Qué aprendió? ¿Qué otra perspectiva reconoció?
Hubo un momento en que me interesaron otras danzas. Lo que vi en esos viajes y lo que intenté transmitir en el libro es que el cuerpo, conforme viaja a Oriente, también se orientaliza; y eso tiene mucho que ver con acercarse a la tierra. En la India, Oriente Medio o incluso en Japón viven más cerca de la tierra. La gente se acuclilla para trabajar o conversar en la India; en Egipto la danza está muy conectada con la pelvis, con los pies, los movimientos están más conectados con la parte inferior; y en Japón también se vive mucho arrodillado. Hay una disposición diferente del espacio. Las formas distintas de movernos definen una manera de pensar diferente y es interesante a nivel físico y vivencial. Nuestros movimientos definen cómo pensamos.
‘Pómulo y lejanía’ también es un homenaje a la propia historia de la danza y sus coreografías icónicas…
Hay personajes menos conocidos como Susan Buirge, que da pie al experimento de ir caminando hacia Oriente, o Margaret Severn y sus máscaras; incluso bailarines de butoh. Son personajes curiosos que narrativamente ofrecían mucha riqueza. Buirge tenía la fijación de caminar en línea recta hacia Oriente y lo hizo tanto en el escenario como en su vida; y Severn, que en los años 50 fue muy conocida por bailar con máscaras, pero de la que se desconoce lo que ocurría después, cuando se las retiraba. Margaret Severn vivía tanto sus personajes que al quitárselas entraba en trance. Para mí era muy interesante porque en el libro, yo también estaba retirándome máscaras.
¿Cuántas veces ha sentido que dejaba de caminar, de compartir?
Creo que quieres dejar de caminar cuando te ves anclada en el presente, y no puedes visualizarte más allá. No tener ilusiones o la falta de proyectos provoca que no encuentres sentido al propio movimiento, a las cosas. Como todos, yo lo he sentido en algún momento de mi vida.
En el libro, la protagonista pide trazar una flecha que indique el rumbo de su vida a mujeres anónimas…
Sí, sí, ese experimento es real. Les pedí a mis amigas que trazaran una flecha desde el presente hacia el futuro sin contarme como sería, y cada una dibujaba una totalmente distinta. No se visualizaba el futuro como una línea recta. Pensar que puedes emprender un nuevo camino sin saber a dónde vas a llegar es liberador, y el proceso de escritura para mí también ha sido así.
¿Por qué el retrato de Andreas Embirikos de su primera mujer, la poetisa Matsi Hatzilazarou, en 1940, como imagen de portada?
A su hijo, Leónidas, que es un antropólogo que está casado con una mujer de Pamplona, le conocimos casualmente mí pareja y yo. Comenzamos a consultar el trabajo de su padre, el primer poeta surrealista griego, y al ver esa fotografía del retrato de su primera mujer…; era curioso ese juego donde ambos se fotografiaban poniéndose una máscara en la parte trasera de la cabeza. Vimos que tenía mucho que ver con esta historia.
¿Le ha salido alguna coreografía a raíz de este libro?
¡Qué buena pregunta! No me ha salido ninguna, pero sí me gustaría una coreografía o un baile que tuviera que ver con la inmovilidad; con el hecho de observar los movimientos más internos buscando la poesía que tiene la quietud.
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