Memoria histórica
88 años después de la Matanza de Badajoz: «Les dijeron que estaban libres y les dispararon por la espalda»
El 14 de agosto de 1936 las tropas del general Yagüe tomaron la ciudad y durante días miles de personas fueron fusiladas por todos los rincones pacenses, ríos de sangre corrían por las calles del Casco Antiguo
Miles de familias siguen sin saber dónde están sus familiares

Felipe Pla, con las fotos de Carlos, su tío abuelo y Luis Pla, su abuelo, a escasos metros donde los fusilaron por la espalda en el centro de Badajoz. / Santi García

Cuando los hermanos Luis y Carlos Pla bajaron del coche en el que eran transportados desde la cárcel a primera hora del día 19 de agosto de 1936 pensaban que el horror de la guerra había terminado para ellos. Pero segundos más tarde, se oyeron varias detonaciones. «Les dijeron que estaban libres, se bajaron y cuando se dieron la vuelta les dispararon por la espalda», cuenta Felipe Pla, nieto de Luis.
Los hermanos Pla eran empresarios. Gestionaban un negocio de venta de vehículos y una distribuidora de gasóleo. Eran muy populares en la ciudad. Algunos indican que al ser pacenses muy conocidos los franquistas decidieron fusilarlos en pleno centro, junto al edificio de Correos, para que todos vieran sus cadáveres. Otros, sin embargo, afirman que fue en deferencia hacia ellos, para que no sufrieran lo que otros en las tapias del cementerio de San Juan o en la antigua plaza de toros.
Ellos fueron dos de los miles de vecinos -se calcula que las cifras de asesinados en la ciudad oscilarían entre los 1.800 y 4.000- que perdieron la vida en los días posteriores a que las tropas del general Yagüe traspasaran las murallas entre los días 13 y 14 de agosto de 1936, hace justo 88 años.
Días antes una columna de militares llegados desde África marchaban desde Sevilla para conquistar Madrid. El día 12 lograron tomar Mérida y en lugar de dirigirse a la capital del país, retrocedieron para no dejar atrás una ciudad fiel a la República como Badajoz.
Durante días, las bombas cayeron sobre la ciudad. «Desde el día 7 hasta el 14 se produjeron bombardeos. Lo hicieron para atemorizar a la población y para minar la moral de defensa de las fuerzas leales al gobierno republicano legítimamente constituido», cuenta José Manuel Corbacho, presidente de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura (Armhex).
Sótanos como refugios
Muchos vecinos vivieron aquellos días con verdadero temor. «Mi madre, Benigna Suárez, siempre contaba cómo metieron a todas las niños y mujeres en el sótano de una casa cerca de la plaza de la Soledad, a los hombres se los llevaron», rememora Paqui Herrera.
«Dieron la vuelta a los cadáveres que se encontraron por las calles para ver si eran o no sus familiares»
Benigna Suárez permaneció largas jornadas junto a su madre y sus hermanas con decenas de mujeres: «Solo salían para comprar lo poco que quedaba y cuando sonaban las alarmas se volvían a esconder», dice Herrera. Cuando dejaron su particular refugio no encontraron a los hombres, pensaban que los habían matado. En realidad estaban presos, pero hasta que lo supieron «fueron dando la vuelta a todos los cadáveres que se encontraban por las calles para comprobar si eran o no sus familiares», expresa recordando las palabras de su madre.
«Vienen a buscaros»
También la familia Pla se protegió en el sótano de su casa, muy cerca de donde Benigna lo hizo. Vivían en la calle de la Sal, la actual Arias Montano, y disponían de una planta subterránea en la que refugiarse.
Luis Pla, el mayor de los hermanos, tenía buenas habilidades sociales y era muy querido en la ciudad. Su nieto, Felipe, cuenta cómo días antes de la toma de Badajoz «intercedió para liberar a varios comerciantes de derechas, aún teniendo ideales republicanas, porque sabía que eran buenas personas y no merecían morir. Al final, consiguió salvarlos».
Este buen acto hizo que algunos falangistas les avisaran de lo que iba a ocurrir: «Vienen a buscaros».
Se escondieron en el piso de arriba, aunque poco después se entregaron porque desde el bando sublevado le dijeron a su familia que si no tenían nada que temer que reunieran los avales necesarios para sacarlos de la cárcel.

Carlos y Luis Pla, a la izquierda y derecha respectivamente, represaliados en la Matanza de Badajoz. / La Crónica
Durante varios días estuvieron prisioneros. Mientras tanto, sus familiares y amigos trataron de reunir las recomendaciones para lograr su libertad.
«Algunos se negaron por miedo a las represalias y otros intentaron ayudarlos», afirma Felipe Pla. Uno de ellos fue el obispo de Badajoz, José María Alcaraz y Alenda. Tenía una relación estrecha con la familia. Según recogen algunos escritos de Luis Pla, hijo de Luis y padre de Felipe, Yagüe estaba comiendo cuando llegó el religioso y le dijo que quería interceder por los Pla. La respuesta del general fue tajante: «Para que unos vivan como lo hace usted, otros tienen que morir. Adiós obispo», relata Felipe.
En ese momento, Alcaraz y Alenda supo cuál era el desenlace que le esperaba a los hermanos, por ello mandó a un sacerdote para confesarlos.
«Le marcó de por vida»
La mañana del día 19 varios agentes de la Guardia Civil los sacaron de su encierro, los montaron en un coche y cuando estaban a la altura de Correos les dijeron que bajasen y los mataron por la espalda.
«A mi padre aquello le marcó de por vida, tuvo un trauma desde la infancia que le duró siempre»
La familia se enteró del suceso por dos trabajadoras que acercaban ese día la comida a los hermanos. Cuando llegaron a la prisión les dijeron que los habían llevado al cementerio. Ellas fueron a buscarlos y a la altura de la actual avenida de Huelva descubrieron los cuerpos de Luis y Carlos.
Luis Pla plasmó en sus memorias que las dos mujeres llamaron por teléfono a la casa familiar y los gritos de su madre y su tía inundaron la vivienda. Al fusilarlos en la calle la familia pudo recuperar los cuerpos y enterrarlos en un panteón en el cementerio de San Juan.
Desde ese momento, Luis Pla, hijo del fusilado, nunca volvió a ser el mismo. Tuvo que convertirse en un adulto con poco más de 11 años. «Le marcó de por vida, tuvo un trauma desde la infancia que le duró siempre», afirma su hijo.
Esa herida en lo más hondo de su ser hizo que durante los 91 años que vivió lo hiciera para «reivindicar la memoria histórica y defender sus ideales», dice su hijo.
«Fueron sus compañeros»
Esta es una espina que llevan clavada miles de pacenses porque aún no han podido recuperar los cuerpos de sus seres queridos. Con esa pena falleció Juana Pérez, mujer del alférez Benito Méndez Lemus y abuela de Purificación Salas.

Purificación Salas con una foto de sus abuelos a pocos metros de donde se ubicaba el cuartel de la Bomba donde apareció el cadáver de su abuelo. / Santi García
A Méndez Lemus «lo mataron por ser un militar fiel a la República», como asegura su nieta. Poco se conoce de su historia porque él quiso proteger a su familia llevándola a Olivenza. De este modo, sus cuatro hijos y su mujer embarazada se refugiaron allí jornadas antes de que Badajoz fuera tomada.
Él, alférez del Ejército que, incluso, había estado combatiendo en Melilla en la Guerra de Marruecos entre los años 1921 y 1927, fue uno de aquellos que se negó a la sublevación en la ciudad. «Fue un militar muy comprometido y leal», describe su nieta.

El alférez Benito Méndez Lemus en una de las pocas fotos que su familia guarda de él. / La Crónica
«Al pasar los días y no recibir ninguna noticia de mi abuelo, mi abuela decide venirse para ver qué había ocurrido y le dicen que lo habían matado», relata Salas.
Pocos detalles más se supieron del militar. «Mi abuela sólo decía que fueron sus propios compañeros», cuenta. Durante años, en su casa se silenció la realidad vivida. «No hablaban de nada porque bastante señalada estaba ya al ser viuda de un militar», apunta Salas.
Gracias a un compañero del alférez, su mujer encontró trabajo en el mismo cuartel de la Bomba en el que hasta el 14 de agosto había prestado servicio Méndez Lemus. «Ella era sastra y estuvo durante años cosiendo para el Ejército. Lo hizo porque tenía que dar de comer a cinco hijos», explica su nieta.
Juana Pérez fue una mujer con mucho coraje y en noviembre de 1936 pidió al ayuntamiento saber dónde estaba el cuerpo de su marido. La respuesta del consistorio fue que se desconocía el lugar.
Silencio
Purificación Salas asegura que las historias de la guerra le generaban mucha curiosidad a ella y a sus primas. Le pedían a su tía que contara alguna: «En las tardes de verano nos sentábamos con ella en la casa y mi abuela nos pedía que cerrásemos la puerta y nos calláramos». El miedo se había apoderado de ella y hasta el día de su muerte vivió con él.
Durante años, esta pacense no supo más de su abuelo, hasta que el periodista luso Mário Neves vino a Badajoz a presentar un libro sobre los hechos que se produjeron en la ciudad y que él narró desde dentro del propio conflicto. Salas afirma que tras la conferencia compró su libro y cuando lo abrió una de las primeras cosas que leyó fue el nombre de su abuelo. Le acompañaba una foto en la que se veía su cuerpo sin vida tapado por una sábana.
Gracias a este libro y la información de otros expertos, como Justo Vila, en la materia pudo conocer algo más sobre la historia del alférez Méndez Lemus.
Sin rencores ni odio
«En mi familia nunca se nos ha transmitido ni rencor ni odio hacia nadie», asegura Salas. Para ella, recuperar el cuerpo de su abuelo significaría cerrar parte de una herida.
«Mi deseo es poder recuperar a mi abuelo para enterrarlo junto a mi abuela»
Esta pacense detalla que su abuelo fue asesinado cuando tenía 37 años, cuatro hijos y esperando a otro más que no conoció. Poco conservan de él, «solo dos o tres fotografías y un libro de fábulas que le compró a sus hijos». Lo demás que tenía en casa se lo llevaron «los regulares marroquíes que lo saquearon todo».
Salas tiene un único deseo: «Poder recuperar a mi abuelo para enterrarlo junto a mi abuela, como ella quería». Por ello, reclama que se permita abrir la fosa común del cementerio viejo en la que se enterró a gran parte de los represaliados.
Como ella miles de pacenses comparten el sentimiento de querer mantener viva la memoria y honrar a alguno de los miles de desaparecidos a causa de la Matanza de Badajoz, considerado el capítulo más oscuro de la historia reciente de la ciudad.
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